Educar en tiempo revueltos

“Historia de una maestra” es un libro de Josefina Aldecoa sobre el desarrollo de la vida y carrera profesional de Gabriela, una maestra leonesa que acaba de terminar los estudios en Oviedo.
La primera parte del libro se llama “El comienzo del sueño”. Hermoso nombre para demostrar la indudable ilusión con la que Gabriela quiere empezar a recorrer su camino. Su primera escuela como interina, un pueblo, Tierra de Campos. Iba obteniendo buenos resultados con los niños pero aún así ella habla de fracaso y de que le quedaba mucho por aprender como maestra todavía. Sin embargo sus alumnos estaban aprendiendo a leer.

La segunda escuela a la que fue sólo por un periodo de dos meses, algo breve que Gabriela dice apenas poder recordar. Y entonces llegó su tercera oportunidad. Un pueblo perdido entre montañas y una clase con unos treinta alumnos. No la recibieron con mucho entusiasmo que se diga, pero ella recordaba con alegría y melancolía palabras de uno de sus profesores como: La patria, la sociedad, los padres, esperan de vosotras el milagro, la chispa que encienda la inteligencia y forje el carácter de esos futuros ciudadanos...”. Don Wenceslao, un hombre del pueblo que vivía solo, ofreció su casa para que Gabriela pudiese vivir allí. Pero la gente del pueblo no lo aprobaba y María, la herrera, ofreció finalmente su hogar para compartirlo con ella. Gabriela comenzó a escribir un Diario de Clase y lo rellenaba todas las noches con experiencias y con anotaciones sobre temas que debía tratar con ellos en el aula. Ya había empezado a dividir a los niños en grupos, dependiendo de los conocimientos que tuviesen. Pero este pueblo, por lo pequeño y lo aislado, comenzaba a agobiar a Gabriela. Ella soñaba con ampliar sus horizontes, conocer lugares nuevos, ir a ciudades grandes... Por suerte, entre aquella gente cerrada de miras y con mentalidad anticuada, Gabriela encontró en Don Wenceslao, un aliado culto y con el que podía mantener buenas conversaciones. A pesar de la añoranza de su familia y amigos, o de sus ganas de viajar lejos, nada le hacía más feliz que sus alumnos. Ellos le llenaban de alegría y de satisfacción cuando estaban juntos en clase y para ella no existía dedicación más hermosa que la suya. Como amigo también tenía a Genaro, el mayor de sus alumnos que vivía en el molino con su padre y que arrastraba un drama: su madre falleció cuando él tenía cuatro años y su verdadero padre no era otro que Don Wenceslao. Cuando Gabriela supo la verdadera historia comprendió por qué había tantos gestos de uno que le recordaban al otro, o por qué creía a veces que hablaban igual. Con la incultura de la gente del pueblo, cuando Gabriela quiso empezar a trabajar en clase cómo hacer punto, se le retiraron todos los chicos de la escuela.

 Un día, a través de Raimunda, la mujer que trabajaba en casa de Don Wenceslao, Gabriela conoció mejor la historia de este misterioso hombre. Hijo de una familia con dinero había sido educado en la capital, tuvo que marchar a Guinea en busca de su padre que había ido allí a trabajar. Él y su madre viajaron y no se volvió a saber nada de ellos hasta que un día Don Wenceslao volvió para enterrar a su madre. Y allí se quedó en la casa, él solo, desde entonces. La madre de Genaro entró a trabajar en la casa y tras la historia de amor que surgió entre ambos, ella quedó embarazada y su marido la obligó a salir de allí entonces. A Gabriela le interesó mucho la parte de la vida de Don Wenceslao en Guinea. Ella le preguntaba cómo eran aquellas tierras, que historias vivió allí, y su imaginación echaba a volar.

Como proyecto de clase, Gabriela se propuso crear una biblioteca y los llevaba de excursión siempre que podía. Pero tras unas grandes nevadas en invierno, una pulmonía acompañada de fiebres muy altas hizo que su padre la sacase de ese pueblo sin poder despedirse ni de Genaro ni de Don Wenceslao.

Después de las historias de Guinea, el siguiente destino que Gabriela solicitó para su cuarta escuela fue… Guinea. Se subió a un poco estable barco para atravesar el mar hasta llegar a África, a Guinea, a Santa Isabel. La primera escuela de Gabriela en propiedad: una escuela sólo con niños negros, todos sonrientes esperando a la maestra. Una choza era su aula y un calor asfixiante su nuevo compañero. Las clases solían empezar muy temprano para aprovechar el frescor de la mañana ya que después el aire era tan denso que no se podía ni respirar. Los niños de la escuela no hablaban ninguno español, y se extrañaban ante objetos como libros, lápices o cuadernos. Empezaron a aprender canciones que Gabriela recordaba de su infancia y les cantaba. Ellos bailaban y cantaban también y le enseñaban bailes de su tierra. Gabriela buscó una combinación para trabajar en el aula: acompañar lo que en los documentos oficiales ponía que se les debía enseñar con todo lo que fuera posible de su propia cultura, para que también pudiesen conocerse ellos como pueblo.

En el barco conoció un doctor, Emile, que en el pueblo se convirtió en amigo. Gabriela vivía en el pueblo, pero un conocido del doctor, que administrador del hospital, le ofreció alojamiento en una gran casa colonial a las afueras. Ella finalmente accedió y se trasladó a una habitación de aquella gran casa. Su amistad con el Emile, mientras tanto, cada día crecía más y más. Durante las vacaciones Gabriela le acompañaba siempre en sus visitas y él le hablaba sobre Guinea, sobre su vida y sobre el dolor que creía que sufría su pueblo por culpa del hombre blanco. La noche de Nochebuena, Gabriela tuvo un episodio terrible: al llegar a casa de la Misa del Gallo, el administrador que estaba borracho, se abalanzó sobre ella y trato de violarla. Por suerte, Manuel, uno de los criados, al escuchar los gritos de Gabriela entró en el cuarto e hizo huir al atacante. Gabriela guardó este momento en su memoria y no contó a nadie lo ocurrido. Pero a Emile le resumió el encuentro con un Administrador borracho que fue grosero con ella y que, a partir del encontronazo, trataba fatal a Manuel. No se sabe si por alguna razón o por simple casualidad, el Administrador fue trasladado al continente y todos respiraron tranquilos entonces.

Mientras tanto, Gabriela trataba de enseñar a sus alumnos geografía, el ciclo vital de las plantas, el clima en el que vivían… Hasta que unas fuertes lluvias en febrero arrasaron la escuela Y al poco tiempo, Gabriela volvió a caer otra vez gravemente enferma. Durante diez días deliró en el hospital y finalmente, aunque se estaba recuperando ya, se subió a un barco para volver  a España. «Mi sueño no progresa. Mi sueño es un sueño maldito. Siempre estoy empezando el sueño...» pensaba Gabriela.

Comienza la segunda parte del libro entonces, “El sueño”, donde entendemos que por fin Gabriela va a poder desarrollarse como maestra. Ella llega a una escuela de un pueblo pequeño y conoce al maestro de la escuela del pueblo de al lado, Ezequiel. Él vivía en la misma escuela, dormía en un camastro y una maleta era su única pertenencia. Comenzaron a conocerse, a compartir deseos como maestros, ilusiones que tenían, esperanzas por cumplir… y terminaron enamorándose. Bueno, Gabriela reconoce siempre que sabe que no es amor verdadero, pero que cree que será un buen compañero para el resto de su vida. Pero a pesar de todo, se casan. En este momento, te hace pensar que por el que realmente sintió amor verdadero fue por Emile, y por eso ella sabe que esto que siente por Ezequiel es cariño y amistad.

Tras la boda, se fueron a vivir al pueblo en el que Gabriela daba clase. Decoraron la casa con todos los regalos de sus amigos. Amador, el carpintero, se mostró siempre deseoso de ayudar y les decía que siempre que necesitaran algo para la casa o la escuela que contasen con él. Amador se preocupaba mucho por la educación y  se convirtió en un buen amigo de la pareja. Y entonces Gabriela se quedó embarazada. Ezequiel, que no tenía ya familia ni nada, se encuentra en un momento muy feliz porque ya ha dejado de estar en soledad.

Durante el embarazo, Don Cosme que era el rico del pueblo que creía ser su dueño además, trató de acercar posiciones con los maestros. Les invitaron a cenar a ellos y a todos los que consideraba importantes en el pueblo, pero vieron que sus mentalidades e ideologías no tenían nada que ver.

Como proyecto conjunto, la pareja había creado unas clases para adultos, que ahora por el embarazo, tenía que llevar Ezequiel solo. Había clases de alfabetización, cálculo, historia o simplemente charlas y debates. Pero esas clases iban tomando, sin darse apenas cuenta, un matiz político en el que Ezequiel consideraba que se debía hablar sobre derechos y libertades.

El día que nació Juana fue el mismo día que llegó la República. Ezequiel estaba exaltado, pero no podría asegurar que le emocionaba más de las dos cosas. Don Cosme y el cura del pueblo comenzaron a sentir recelo y desconfianza hacia los que apoyaban la República. Además Gabriela se negó a bautizar a Juana. La división en el pueblo de los que apoyaban y los que rechazaban la República se llegó a notar hasta en los niños, que manejaban el concepto sin apenas saber el significado.

Según Juana se iba haciendo mayor, Gabriela se dedicaba más y con más amor a ella. No es que abandonase sus tareas como maestra, pero indudablemente para ella era lo más importante del mundo. Grandes preocupaciones la traían de cabeza: que coma bien, que no enferme…

Castrillo de Arriba, el pueblo en el que Ezequiel daba clase, tenía peor escuela y era más pobre. Luchaba contra padres ignorantes y hundidos en la miseria. El tracoma o la tuberculosis habían llegado al pueblo con la época de frío. Hacía tanto frío que dolía al respirar y Ezequiel llegaba con la cara amoratada, envuelto en el abrigo y la bufanda, con los pies entumecidos de recorrer kilómetros y kilómetros cada día para llegar a su escuela. Pero aún así estaba preocupado solamente por el hecho de que el Gobierno no actuase a favor del frío, el hambre y la enfermedad en estos pueblos tan pequeños.

Llegados a este punto quiero aportar un video que encontré y que me recordó muchísimo a este momento de la historia, y también a cuando Gabriela está en el pequeño pueblo de las montañas. Es un video sobre un profesor que recorre todos los días 22 kilómetros para llegar a la escuela en la que da clase. Es un video que me emociono, y que me llenó de orgullo por ser “compañeros de profesión”. No pude evitar recordar la historia de Gabriela y sobre todo la de Ezequiel al verlo, no por el viaje hasta la escuela, sino por la convicción de que aunque tuvieran que recorrer quinientos kilómetros lo harían y que nunca dejarían de ser profesores. Aquí os dejo el video. Espero que os guste.


Si continuamos con la historia, la República les pone todavía las cosas más difíciles en el pueblo: la religión quedará fuera de las escuelas. Estaba claro que Don Cosme, el cura y sus partidarios en el pueblo se les echarían encima. Ambos trataron de explicar al pueblo que no era cosa de ellos, que eran un mandato del Gobierno… pero no fue suficiente para convencerles.

Regina, vecina de los maestros, empezó a cuidar a Juana y se convirtió en una gran amiga y en un gran apoyo para Gabriela. Ella había tenido un hijo de soltera, y al cumplir la mayoría de edad el muchacho ella lo mandó con su padre para que pudiese tener una vida mejor. Por ello, ambas se unieron más aún.

Y de repente, la mejor noticia que les podían dar: las Misiones Pedagógicas iban a ir a su pueblo. Eran un grupo de profesores y estudiantes con gramófonos, libros y películas que se instalaban en los pueblos para celebrar una “fiesta de cultura”. La gente no estaba muy convencida de si venían a hacer bien o no, y por ello Ezequiel junto con los alumnos de las clases de adultos corrieron la voz por el pueblo de quiénes eran, qué venían a hacer… Cuando llegaron las Misiones Pedagógicas, finalmente fue todo un éxito. Todo el pueblo se volcó, disfrutó, aprendió y por ese tiempo aquel pequeño pueblo se hizo grande. Me quedo con una frase de Gabriela para describirlo que dice: “Charlamos en las horas de descanso. Intercambiamos opiniones y experiencias, preguntamos y criticamos. Soñamos juntos embargados por una obsesión común: hacer del trabajo de todos la gran Misión que salvara a España del aislamiento y la ignorancia.”

Gabriela y Ezequiel, un tiempo después, se plantean irse del pueblo. Asique piden el traslado, hacen una fiesta de despedida, y con un gran dolor dejan el pueblo.

En la última y tercera parte, “El final del sueño”, todo toma un tono oscuro y triste. Llegan a Los Valles, zona de mineros donde el aire huele a carbón y todo esta renegrido. Marcelina, su nueva vecina, se encarga de ayudarles con los muebles y en ella descubren un buen apoyo en este cambio tan brusco. El otro apoyo del pueblo será Don Germán, el alcalde, hombre culto y republicano. Don Germán vivía con su hija, Eloísa.

En este pueblo su gran preocupación será la coeducación, que todavía no estaba bien vista y obligaba a niños y niñas a estudiar por separado. También luchaban por abrir de nuevo la escuela para adultos. Entonces, Don Germán les presentó a los maestros del pueblo minero: Inés y Domingo.  Me quedo con una frase de Gabriela que me hizo ver que tal vez por el cansancio, tal vez por su hija, tal vez por la situación actual del país, o puede que por todo, empezaba a sentirse “vieja”: “Eran más jóvenes que nosotros, más sonrientes y más desenvueltos.” Aquí, Gabriela comienza a darse cuenta también de que a pesar de ser avanzada en las ideas educativas, atenía su vida al esquema tradicional: buena mujer y buena madre. No puede evitar pensar en Guinea, en la cual no ha dejado de pensar nunca, ya que sabe que era la libertad que ella buscaba y que ahora estaba destinada en una escuela que no le hacía sentir la misma ilusión.

Entonces, en las elecciones que habían sido convocadas, la derecha gana y las cosas no pintan bien en el pueblo para los maestros. Inés y Domingo, que al principio parecían un gran apoyo para Ezequiel, se convierte en una influencia que poco a poco va cambiándole. Se preocupan más de problemas de política y de volver a relanzar la República que de la educación. Respecto a esto, Gabriela empieza a cansarse, Ezequiel le parece pesado y recuerda con nostalgia los días en Castrillo con Amadeo y Regina, el nacimiento de la República y las Misiones Pedagógicas.

Inés pide ayuda a Gabriela para un acto cultural que quiere hacer, pero cuando llega a la escuela descubre que no es tan cultural sino más bien político. Un poco entristecida, lo comenta con Ezequiel, el cual demuestra que apoya la postura de Inés: “Yo creo sobre todo en la educación. Pero también entiendo a los que tienen prisa. Porque tengo miedo de que no nos den tiempo suficiente para educar...”. El ambiente en el pueblo se caldea más y más, y el día del Corpus se algunos se lían a pedradas con la procesión. Las diferencias políticas entre los habitantes cada vez son más evidentes y todos temen algún acto violento. Para estos días, Gabriela ya era totalmente consciente de que Ezequiel abandonaba su independencia, su entrega a la educación, para entregarse a una lucha más extensa.

Tras las vacaciones de verano, en las que Gabriela trató de descansar y no pensar en ideas políticas, vuelven a Los Valles. Nada más hacerlo se encuentran con una desagradable noticia: un inspector les instaba a suspender el proyecto de coeducación que había sido autorizado. La rabia de Gabriela no se pudo comparar con la de Ezequiel que se comportaba hasta violento: “Ya ves lo que se consigue con los métodos razonables. Nos impiden la coeducación, nos acusan de inmorales, de envenenadores del pueblo.”

 El activismo político de Inés y Domingo cada vez era mayor, y a pesar de la desaprobación de Gabriela por desatender a los alumnos a favor de otras actividades, Ezequiel los defendía a capa y espada. Hasta un día, el día en que los mineros se actuaron, volaron el puente del pueblo y retuvieron a los Guardias Civiles en el cuartel. Ezequiel estaba actuando con ellos. Pero el avance que pretendían hacer hacia León no les estaba funcionando: las armas de los mineros de Asturias no les iban a llegar. Ya se hablaban de muertos por los dos bandos. Marcelina subía al pueblo minero a por provisiones y traía mensajes de Ezequiel y Gabriela estaba desesperada, asustada, nerviosa, impotente… Siguieron así varias semanas, ellos en el pueblo minero y Marcelina, Gabriela y la niña en el pueblo de abajo. Hasta que un día apareció el Ejército. Ezequiel fue detenido y le obligaron a cruzar el río andando, empujados a golpe de bayoneta, por haber destruido el puente.

Se reanudaron las clases nada mas partir el Ejército, pero al poco tiempo un sargento fue a casa de Gabriela porque se la habían asignado a él y su familia. Sobre Ezequiel, al principio llegaban algunas noticias de emisarios desconocidos y Don Germán de vez en cuando le pasaba información. Con su ayuda, Gabriela viajó a León para visitar a Ezequiel en la cárcel. Y al tiempo, Ezequiel pudo volver al pueblo, pero lo ocurrido no le había hecho cambiar de opinión. Afortunadamente el sargento ya se había marchado y volvían a recuperar la casa, y Domingo e Inés no volvieron al pueblo. Gabriela pedía marchar de ahí en cuanto fuese posible, pero Ezequiel volvía a subir al pueblo minero para volverlos a organizar.

Cuando llegó el verano, Gabriela y Juana se fueron al pueblo con los padres de ella. El padre estaba enfermo y en el mes de julio murió. Gabriela le pidió a Ezequiel en una carta que volviese, pero las noticias que recibían no eran positivas: el Ejército estaba avanzando. A poco tiempo Gabriela recibió una carta de Eloísa que decía que Ezequiel había sido fusilado junto con Don Germán y otros más.

Y así es como termina esta historia, con una Gabriela a la que se le acabaron los sueños, se los arrebataron. Pero probablemente su profesión será su estímulo también y lo único que le ayude a asentarse en la realidad.

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